martes, 4 de agosto de 2015

Boludismo amoroso

Todos lo sabemos, las relaciones tienen momentos. Probablemente el más emocionante (no necesariamente el mejor) sea el primero, es decir, los meses iniciales. Esa etapa en la que cogés veintitrés veces al día y te querés ver todo el tiempo. Lógicamente es una etapa de poca productividad en otras áreas. Si estás con tu significant other imposible ver una película entera, leer o cuestiones similares. Ni hablemos estudiar. Si no estás con él/ella, un poco parecido, porque aunque no interrumpas tu actividad con los irrefrenables impulsos sexuales que motiva la cercanía corporal del otro, entrás en un estado de pelotudez aguda mental que, por lo general, se evidencia en pensamientos del tipo "ay qué linda que es". Por lo general éstos, a su vez, son plasmados vía la tecnología en una sucesión de mensajes. Como la boludez en estas etapas es mutua se dan conversaciones del tipo "linda", "vos", "no, vos", "hermosa", "vos", "no, vos", "sos tan linda", "vos sos linda", "vos más", "me encantás" y así eternamente. Todo esto acompañado de una sonrisa de oreja a oreja que te da bastante cara de especial, porque es un poco expresión de "me acabo de tomar un miorelajante mientras observo pandas comer bambú".
Peligroso tener este tipo de intercambios por la calle pues es bien sabido que la atención se ve altamente afectada. Mejor hacerlo en la seguridad de tu hogar, porque sino podés terminar debajo de algún vehículo. Eso sí, con expresión de felicidad.

lunes, 20 de julio de 2015

El flagelo del cliché


Si hay algo que odio es volverme un cliché absoluto. Eso es precisamente lo que me sucede cuando se avecina ese encantador momento en el ciclo menstrual femenino que hemos dado en llamar, para tratar de no horrorizar al prójimo masculino -que, como ya sabemos, muy a nuestro pesar, es quién establece qué es aceptable mencionar y qué no-, de "indisponerse". Esos maravillosos días previos me sucede el flagelo de querer bajarme treinta y trés paquetes de óreos, diez de chocolate águila, cuarenta y cinco alfajores (pueden ser pepitos o milka mousse, por ejemplo)...bueno, captan la idea. Básicamente te cuidás de comer mierda todo el mes para, en el lapso de tres días, bajarte un kiosco entero. Este mes decidí no andarme con chiquitas y directamente comprarme una caja de alfajores, para qué mentirnos. Además, cuando te agarra el momento de desesperación es alta patada tener que salir a comprarte algo, ni hablar si es de madrugada. Mejor tener reservas a mano, lo cual también es peligroso porque el tener que salir es un elemento disuasorio, ahora si tenés los alfajores ahí cerquita...pero bueno, al fin y al cabo una se lo merece. Pues bien, éste es sólo uno de los problemas. A la voracidad incontenible hay que sumarle una espantosa hipersensibilidad que nos lleva a pensar pelotudeces del tipo " ya no le gusto más ", " no me escribe hace media hora, ya no me quiere " o asuntos como llorar mirando Buscando a Nemo. Las posibilidades, lamentablemente, son infinitas y, básicamente, todas se reducen a que una pierde completamente el control de sí misma y se vuelve pura pulsión. Estos días, el superyó se toma vacaciones, la tolerancia un poco que también por lo que es muy probable alguna mandada a la mierda, pero te laburan a pleno y sin descanso las ganas de llorar y de comerte los carteles publicitarios de golosinas.
En definitiva, una hace todo lo posible por no caer en los estereotipos pero, ineludiblemente, te alcanzan, a lo que sólo resta asumirlo y decir: que se vaya a cagar la naturaleza. 

miércoles, 17 de junio de 2015

Los veintis y los treintis

Cuando uno se relaciona con gente muy diferente y de rangos etarios diversos puede poner en práctica las dotes de antropólogo que todos llevamos ahí dentro, escondidas. 
Con el correr de los años he podido verificar que existen notorias diferencias entre los veinteañeros y los treintañeros. Primera y fundamental aclaración: estamos siempre, siempre, refiriéndonos -principalmente en relación a los treintañeros- a seres con la madurez más o menos esperable a su edad. ¿Cómo definimos madurez esperable? Bueno, sencillamente fijándonos con los criterios que suele manejarse gran parte de la población a x edad, ese será el espectro de comportamiento promedio y luego habrá quienes oscilen hacia arriba o hacia abajo (el treintañero que se comporta como adolescente y el veinteañero que se comporta como cuarentón). 
Hete aquí lo que he podido ir desculando del asunto.

A los veintis sucede que uno se preocupa mucho más por cuestiones cuasi insignificantes, por no decir idiotas. Ejemplo: "me clavó un visto". Me refiero al típico lime de "le escribí hace media hora, lo leyó y todavía no me respondió". Porque estamos de acuerdo en que si tu novio/a, chico/a (detesto fuerte eso de reemplazar os y as y con @s o xs) leyó un mensaje tuyo y no te respondió en tres días, asumiendo que no haya tenido alguna clase de accidente, es, como mínimo, molesto. Pero el tema de frikear rápidamente en esos casos es poco frecuente en los treintis. Por otro lado, a los treintis todo es con menos vueltas (en general cuando me refiero a treintis estoy hablando de treintimedios o treintilargos, porque los treinticortos muchas veces se asemejan bastante a los veintis), las personas hacen un poco más lo que les pinta sin estar tan pendientes de qué señal mandará x acción. Pongamos por caso que un/a treintañero/a  tiene un ratito libre entre actividades y quiere pasar a saludar a la persona con la que muy recientemente se está viendo porque anda cerca de la casa. Un veinteañero (me aburrí de poner /a todo el tiempo) no lo haría porque "no da", léase: todavía es pronto y da muy de novio. El treintañero no lo piensa tanto, simplemente lo hace porque le dieron ganas y no implica que te está por pedir casamiento. Tampoco le dan tanta importancia a nimiedades del tipo "dejó el cepillo de dientes en mi casa". Esto lo pude comprobar hace poco. Me olvidé (de verdad fue así, porque me fue sugerido que lo hice adrede y me hice la sota, pero no, yo en estas cosas soy muy treintañera y si hubiera querido dejarlo, sencillamente le habría dicho "che, te dejo el cepillo porque total estoy viniendo seguido y me da paja andar con ésto de acá para allá") el cepillo de dientes en la casa de la persona que vengo frecuentando. Un veinteañero, seguramente, le hubiera dado bastante importancia, para bien o para mal. S., que tiene 35 años, sencillamente dijo: "¿te diste cuenta que te olvidaste el cepillo en casa?", pero eso sí, con un ligero tonito burlón del tipo: "seguramente te vas a querer morir". Además, veo poco probable que un treintañero salga corriendo por algo así, cosa que perfectamente podría suceder con un veinteañero.
Estas cuestiones tienen que ver con una diferencia fundamental entre ambos grupos etarios: cuando tenés veinte hay mucho tiempo por delante, a partir de los treinta te agarra la onda de la cuenta regresiva. Por esta razón, es común que un veinteañero pueda salir con alguien que le da más o menos lo mismo o que sepa que no pasará a mayores, total hay tiempo. Un treintañero no es probable que haga lo propio, a partir de cierta edad se profundiza el "boludeces no", si sale con alguien que no le copa mucho, no lo extenderá en el tiempo, pasará a otra cosa mariposa. Si lo sigue viendo (aunque nadie pueda profetizar lo que sucederá) será porque le interesó y tal vez pueda generarse algo más. Entonces, no va a salir corriendo asustado con cualquier idiotez porque, para este entonces, ya descubrió que las personas con las que uno pega onda y conecta no abundan, no las desperdiciará porque sí (cosa que a los veinte poca gente ha aprendido). 
En un orden menos significativo, tenemos el tipo de conversaciones. A los veintis las charlas con tus amigas sobre chongos son un poco más extensas que a los treinti, tipo "¿qué hicieron?, ¿dónde fueron?, ¿a qué se dedica?, ¿te gustó?,¿está bueno?" y a medida que van pasando los días te vas preguntando las novedades, "¿qué onda con S.?". A los treinti es más escueto, de la misma manera que a los veinti es más escueto lo que uno cuenta que en la adolescencia. Arriesgo una conversación potencial entre treintañeros: "¿todo bien?", "sí", "¿cogieron bien?", "sí". Fin del tema. Algo similar sucede con las etiquetas o categorías vinculares. A los veinti más o menos se sabe que existen las categorías "chongo", "chico" y "novio". Esto tiene que ver con una cuestión temporal y relacional. Por ejemplo, para que alguien califique como chongo tenés que verlo varias veces, pero además hablar algo por whatsapp. Después de unos meses, si la relación trasciende el sexo, es decir que no sólo te ves para coger, pasa a ser "tu chico" hasta que sea tu novio, cosa que ya todos sabemos cómo funciona. Pero además, a los veinti todavía está la cuestión de preguntar cuando querés avanzar a esa etapa vincular de noviazgo. Sin charla previa ninguno se referirá al otro como "novio/a". A los treinti la cosa cambia, todo eso de "chongo", "chico", caduca. Según una treinti informante la cosa va más así: "salí con alguien, me cae bien", "me gusta", "me encanta". Por supuesto, les parece medio ridículo eso de preguntarle al otro si quiere ser su novio, o algo así. 

Seguramente habrá más cosas pero por ahora tengo ésto. Hoy una amiga me dijo "cómo te gustan las viejas, eh". Y sí, lo arriba expuesto es la explicación de porqué sucede eso: menos vueltas, menos boludez y menos planteitos sin sentido. 

miércoles, 3 de junio de 2015

La otra vida

Hace unos días fui a cenar a un lugar de esos conchetísimos. De más está decir que yo ligué de arriba, porque me codeo con la gente con la que hay que codearse. Lógicamente, no es la "gente bien", porque ésa no querría codearse con esta torta lumpen. Concretamente pasa que tengo una amiga a la que la invitan a comer para que evalúe y como siempre son cenas para dos, a veces me toca garronear a mí. 
En esta oportunidad fuimos uno de esos lugares que son la representación del caretaje. Voy a reservarme el nombre para no ofender. La cuestión es que ni bien entrás es como acceder a un universo paralelo donde vive esa otra gente, esa que te cruzás poco, la gente linda. Antes de ingresar al bar/restorán (porque ni pienso poner restaurante) propiamente dicho, te recibe una señorita muy pipí cucú que te pide el abrigo para guardarlo. RARO. A mí, que te voy a cualquier tugurio, en la puta vida me pidieron el abrigo para guardar gratis en algún lugar. Ni hablar que yo iba con toda la pinta de pseudo chongo y tenía una camperita pulgosa con un buzo debajo. Sí, buzo. Lo mismo tuvieron que recibirme (muy a su pesar, seguramente) la vestimenta. Adentro por supuesto, todos los tipos con camisas entalladas, trajes, algunos tomando whisky, esas cosas. Las minas mucho vestido, por supuesto. Vi dos remeras, una correspondiente a un hombre que curtía onda patova y la otra, como no podía ser de otro modo, a un hipster. 
 Ya sentadas nos dispusimos a elegir primero los tragos y luego la cena. Los primeros andaban por los 150 pesos cada uno, ni quiero pensar lo que sería la comida -cosa que no sabemos porque no figuraban los precios-. Lo mejor fueron las bebidas, me tomé un trago bien emperifolladito que consistía en gin, té de jazmín, pomelo y menta. Muy rico. Como detalle, venía con uno de esos palitos que usan las orientales para atarse el rodete, que no tengo ni la más puta idea de cómo se llaman. 
Ahora bien, al menos en el menú que nos ofrecieron, de entrada había para elegir entre papas rústicas, una suerte de milhojas de papa con unas lonjas de salmón encima o langostinos. Deduzco que lo más interesante hubiera sido pedir los langostinos pero como yo no puedo pasarlos bajo ningún punto de vista, pedimos las papas y el milhojas. A ver, las papas rústicas son la cosa más básica de la existencia, ni siquiera hay que pelarlas. Lavás, cortás y pronto. De platos principales elegimos una brochette de lomo y la "pechuga lemon gin". La primera tiene lindo nombre pero no deja de ser lomo cortado en pedacitos, clavado en un palito, en este caso acompañado de panceta y ciruela. Bueno, a ver, no es la elaboración suprema precisamente. Lo segundo, que suena recontra bacán, consiste en una pechuga grillé (ah, porque claro, no vayan a pedir porciones abundantes porque queda mal, una pechuga, y así como suelen ser, o sea, pequeña) con una salsita que infiero tenía gin y limón, por su nombre. Como podrán apreciar, no era una cosa cuyo gusto resaltara increíblemente, estaba bien pero perfectamente es algo que puedo hacer yo en mi casa. Esto, acompañado de un puré. El quid de la cuestión, como era de esperarse, es la presentación. La pechuguita va arriba de la salsita  dispuesta de forma circular y el puré también con esa misma forma, armado con un molde. Todo esto vino con una canastita de papas rejilla. O sea, muy lindo el nombre pero básicamente lo que comí fue una pechuga grillé con puré que seguramente me le habrían cobrado como una langosta embebida en Johnie Walker blue label mezclado son sales del Mar Muerto. 
De postre comimos (eran las opciones posibles) helado y un postre de oreos. El helado era el mismo que podés comerte en cualquier parrilla y el postre estaba bien aunque bastante empalagoso. Ahora, estamos hablando de dulce de leche, helado de dulce de leche, crema y óreos. Postre cabeza, no jodamos, no es que me trajeron una crème bruleé. Eso sí en copita bien y todo eso. 
Concluyo entonces que la gente de guita es pelotuda y le cabe que le hagan el orto con cualquier cosa. Eso sí, a mí me sentó súper zarparles una cena gratis y que me hayan tenido que atender  cual si fuera la duquesa de Alba.

De vuelta a la realidad, salí y me fui a tomar el bondi para el que, además, tuve que caminar unas cuántas cuadras para evitar el abuso potencial que implicaban las paradas que estaban en las cercanías del nido de chetos- que no tienen esta clase de problemas. 

sábado, 16 de mayo de 2015

El duro oficio de elegir terapeuta

Cuando pegás un buen psicólogo es casi como establecer una relación de pareja. Encontrar al apropiado es prácticamente una cuestión de piel, química. Y cuando surge ese mágico momento en que encontrás al que sentís que te comprende, que podés contarle tus cosas sin sentirte un pelotudo (o por ahí te sentís así pero sabés que igual da decirlo sin problemas) pensás que nunca más vas a encontrar otro con el que te pase lo mismo. Hay un punto, como en toda relación, en el que incluso te preguntás cómo viviste hasta ese momento sin él, cómo hacías para resolver antes tus problemas. Además, en ese estadío de enamoramiento empezás a pensar que es lo más y que no existe nadie como él. El problema viene cuando tu terapeuta no puede atenderte más, porque ahí es prácticamente una ruptura y, así como sentías que no había nadie como él, sentís que nunca más vas a encontrar un terapeuta que se le equipare, o que va a ser muy difícil que te vuelva a pasar algo como lo que te pasó con él. En mi caso, por ejemplo, dejé de atenderme porque en ese momento ya me sentía en condiciones de manejarme por mí misma. Vino justo ya que mi psicóloga se iba a vivir a Córdoba. La crisis llegó ahora, cuando se me presentó la necesidad mental de volver. Sé que hacer terapia me vendría bien pero me parece que si no es con mi psicóloga no tiene sentido. Ni hablar de todo el esfuerzo que supone el sólo hecho de tener que volver a contarle todo a otra persona. Por otra parte, uno ya sabe que volver a encontrar un psicólogo apropiado para sí es como el dating, probar con uno, probar con otro, hasta que aparece the one (hasta no sabemos bien cuándo, como en las relaciones). Y, ¿qué termina haciendo una para resolver su angustia? Llamar a las amigas y zampar un kilo de helado. 

sábado, 14 de marzo de 2015

Como te ven te tratan


“Como te ven te tratan, si te ven mal, te maltratan”. Siempre dudé de la efectividad de esta frase harto conocida de la ganadora del tesoro de los Peces del Infierno. Quiero decir, siempre me pareció que este tipo de cosas tienen como objetivo convencernos de que algo está en nuestras manos cuando claramente no es así. Te tratan como te tratan, independientemente de cómo estés. Por lo demás, me parece que tiene dos interpretaciones posibles, una que refiera a las actitudes y otra a una cuestión meramente externa y superficial. No sé con qué sentido lo habrá dicho la Chiqui pero no pienso perder un minuto en averiguarlo. Either way, puedo decir que he comprobado que en ninguna de sus acepciones la frase refiere a una realidad o situación de hecho.
Desde que me separé pasé por varias fases, depresión, ansiedad, expectativa, emoción, depresión otra vez, y seguramente varias cosas más. Es decir, pasé por estadíos de negatividad tanto como de positivismo y ambos me dieron iguales resultados. Nadie me trató mejor estando bajos los influjos del sentimiento de feliz cumpleaños. Tampoco, y esto es muy importante, atraje ninguna cosa positiva con mi buena actitud. Con ésto no quiero decir que vivamos negativos, porque supongo que la gente positiva debe vivir un poco más amenamente pero creo que es necesario desmitificar. Como mínimo, no es una verdad indiscutible.
Por otra parte, en algún momento, cuando me estaba por separar o recién separada –no recuerdo- alguien me sugirió modificar mi exterior para afrontar la nueva fase de soltería que se avecinaba. Siempre fui una fuerte detractora de esta concepción de que para levantar hay que estar pipí cucú. Creo que estar súper linda y flaca puede favorecerte pero, en definitiva, no sólo las flacas y lindas levantan. Necesario no es, además, está la evidente cuestión ideológica de ser fiel a mi voluntad de desmontar los nefastos ideales de belleza de esta inmunda sociedad. También pienso que si alguien te levanta porque estás re flaca, súper maquillada y arreglada, no puede más que ser un pastel o, más bien, un pelotudo. Como si la cosa pasara por ahí. Repito, puede favorecer porque eso llamará la atención en una primera instancia, pero nada más. De todos modos, como es inevitable, desde que estoy soltera bajé mucho de peso-pasa siempre, independientemente de nuestra voluntad-, me hice un corte de pelo con onda, me cambié los anteojos y algunas cosas más. No porque creyera que hiciera falta, sino que todo cambio va acompañado de muchos más. Después de cuatro años de relación, necesitaba un makeover para entrar a una nueva etapa de mi vida –que también incluye cambios laborales y facultativos. La necesidad vino sola, no porque estar soltera me lo demandara. A veces uno precisa una lavada de cara. Ahora bien, puedo decir que estoy muy conforme con los cambios pero también que no modificó en nada mi relación con el exterior. No, sigo siendo la piba con poco levante de siempre. Considerando las energías que implica el intento de levante y que, en mi caso, viene resultando infructuoso, decidí dedicarme a cosas más edificantes como leer, estudiar y escribir. 

Conclusión, todo cambio, actitudinal, conductual, aspectual, hacelo porque a vos te pinte, porque de seguro no te garantiza el éxito.

viernes, 20 de febrero de 2015

Boludeces no

"La esperanza es lo último que se pierde", dicen, y yo me pregunto hasta qué punto eso es bueno. La esperanza y la ilusión son armas de doble filo y todos lo sabemos. Pero hay un agregado, la mayoría de las veces, las cosas no salen como queremos. Y sí, lo digo sin ninguna base ni sustento empírico de comprobación, sino más bien por inferencia lógica. Si a todos la mayoría de las veces las cosas les salieran como quisieran habría bastante menos gente infeliz en el mundo (me refiero siempre a problemáticas menores, no del tipo pasar hambre o tener enfermedades terminales, lógicamente). Trabajamos en cosas que no queremos, no ganamos lo que queremos, si nos dedicamos a lo que nos gusta por lo general no nos da mucho rédito económico, raras veces las relaciones con las personas que quisiéramos funcionan, en fin, lo que todos sabemos. Entonces me pregunto, ¿por qué demonios insistir con esta pelotudez del optimismo? Ya alguna vez me referí acá a la gente excesivamente optimista, que me satura las neuronas. Sin embargo hay gente que no es tan así pero, con candidez e ingenuidad, comete el terrible y nefasto error de de tener ilusiones. Y, claro está, a veces soy una de esas personas. Y miren que hago todo el esfuerzo del mundo por sofocar esos arranques ridículos de confianza en que "todo va a salir bien" pero no hay lola, a veces se filtran. Claro que no ayuda tener un séquito de personas que te insisten en ese modus operandi de la esperanza sin comprender que lo tuyo no es puro negativismo sin sentido sino más bien la manera más racional que encontraste de sentirte menos como el orto cuando las cosas no funcionan. Porque es evidente, si las cosas salen mal te vas a sentir mal pero si pensabas que seguro iban a salir bien y no, te puedo asegurar que es como darte la cara contra un muro de asfalto que estuvo todo un día expuesto al sol irradiante de un verano porteño. O sea, una cagada marca cañón. La ilusión hay que dejarla para esas personas que en rigor no la necesitan porque quién sabe a razón de qué nacieron con la gracia divina de conseguir lo que quieren. Porque si algún ser osa decirme que si lo consiguen es porque lo merecen o porque hicieron esfuerzo le tiro un flechazo inmediatamente (sí, hago tiro con arco). El mundo no funciona así, hay gente a la que le toca y hay gente como yo, y muchos más, que por onda que le pongamos no llegamos a ningún lado. Para nosotros, la ilusión es muy complicada porque inmediatamente (o peor, no inmediatamente, con lo cual tuviste más tiempo de ilusionarte) viene el baldazo de agua fría. Pero fría fría eh, como si te lo tiraran en medio de un invierno nórdico. Mejor ser realistas, o negativos si así lo prefieren, de última si después sale bien te sorprendés y si sale mal bueno, te pondrás triste pero al menos te lo veías venir. Al pan, pan y al vino, vino. O mejor, guardate el pan y pelá el tinto, que es la mejor manera de sobrellevar la mala suerte. 

martes, 20 de enero de 2015

Somos carne de cañón

Somos carne de cañón. Somos los que lloramos, somos los que luchamos, somos los que escupimos, somos los que gritamos, somos los que, a veces, también callamos. Somos los que aceptamos hasta que resistimos. Somos la sangre, somos la transpiración, somos el dolor. Arriba, ellos festejan, ellos se ríen, ellos no sufren porque son quienes de todo sacan su tajada. Son ellos los que del hambre sacan provecho, de la esperanza sacan provecho, de la dulce ingenuidad y, a veces, de la obtusa obsecuencia. Y nosotros, de abajo, miramos. Porque seremos nosotros siempre la carne de cañón, los que tengamos que poner cuerpo y alma para hacer resurgir lo marchito, o para evitar el hundimiento total. Seremos nosotros quienes estemos cuando los castillos de arena se derrumben. Ellos ya estarán lejos. Todo para que luego vengan otros a vendernos más discursos de cristal que pretendan adornar la putrefacción reinante y, una vez más, volver a ser carne de cañón. Pero lo seremos dignamente. Porque ellos tendrán todo, pero lo que nunca tendrán, serán nuestros principios. 

viernes, 16 de enero de 2015

Las ventajas del subdesarrollo

Vivir en un país subdesarrollado tiene sus bemoles pero también nos impone adquirir una serie de habilidades de las que seguramente los civilizados seres habitantes del primer mundo adolecerán. Sí, tenemos villas por todos lados; sí, tenemos más robos; sí, tenemos brechas sociales y económicas enormes; sí, tenemos clases medias que quieren cagar más arriba de sus cabezas; no, no tenemos tampones; ¡pero a que ellos no pueden leer y resumir en uno de nuestros colectivos! ¡JA! El asunto de las extensas distancias que, por lo menos en Buenos Aires, debemos recorrer, sumado al caótico tránsito lento que va emporando con los años genera que debamos desarrollar la adaptablidad necesaria para aprovechar productivamente los trayectos. Hasta acá bien podría no haber tanta diferencia, porque supongo que por ordenaditos que sean, en gran parte de las ciudades primermundistas también habrá alguna saturación. Pero hete aquí que nosotros tenemos el desafío agregado de contar con la delicadeza extraordinaria de conductores que creen que un colectivo es lo mismo que un auto. Frenan como si la inercia no existiera, doblan como si llevaran un vehículo de dos ejes, bueno, todo lo que ya sabemos. Si a eso le sumamos el maravilloso estado del pavimento porteño, hacemos cartón lleno. En estas circunstancias, el mero hecho de no caerse es una ardua tarea solo asimilable a pararse en un samba, pero menos divertido. Ya llegar a destino cuando te toca ir parado es merecedor de alabanzas. Ahora, si uno logra la odisea de viajar sentado, acá viene lo bueno. Si vas a estar un buen ratito, hay que aprovecharlo: o dormís o leés. Me maravilla lo que hemos conseguido, podemos dormir, leer o incluso escribir en un medio que salta, se sacude, frena de golpe, te tira de un lado al otro y que, además, en verano te cagás de calor y en invierno te cagás de frío. Podemos sumarle también, en algunas ocasiones, una buena cumbia proveniente de un celular sin auriculares enchufados.

No jodamos, esto como mínimo nos vuelve dignos de admiración. Que me vengan a hablar de primer mundo, ser grosos es esto.

viernes, 9 de enero de 2015

Lo no convencional



Lo convencional no es para todos y, de la misma manera, lo no convencional es para pocos.  La diferencia, por lo general, es que lo no convencional conlleva otro desgaste. La misma palabra lo indica, lo convencional es aceptado, aceptable, es lo que el status quo habilita como "normal" y lo que se sale de ese marco normativo asusta y como asusta, se lo trata de sofocar.
Yo fui poco convencional siempre, y esto no lo digo como un valor en sí mismo (aunque tengo que reconocer que me alegro de ser así y que es algo que valoro en otras personas), para mí sencillamente no es una opción. En ningún momento lo elegí, simplemente sucedió. Al jardín, como buena torta en potencia, me llevaba una pelota, en casa vaciaba cajones y me metía dentro (porqué, nadie sabe), en las fotos nunca una cara normal. A los ocho años decidí que me quería cortar el pelo corto y así lo hice, y me importó un carajo que "las nenas usan el pelo largo". Tal y como dijo mi vieja hace días nomás, siempre fui determinada, siempre. Lo que quise lo hice, y lo que quería por lo general no era lo esperable. De más grande ya, me volví discutidora, contrera, y creo que así seré hasta el último día (por suerte). Afortunadamente tuve unos padres bastante progres que respetaron (con mayor o menor dificultad) cada decisión que tomé, por ridícula que les pareciera, porque ese era mi signo personal y también porque, seguramente, sabían que me daría exactamente igual que no lo respetaran. Lo mismo lo iba a hacer.
Hoy en día, me encuentro en la misma disputa de siempre, entre lo que la sociedad espera y lo que yo deseo y, una vez más, seré consecuente conmigo misma. Porque, al fin y al cabo, ¿qué hizo la sociedad por mí? Nada, sólo estereotiparme, discriminarme, excluirme. Y hasta donde llegué fue por pura fuerza de voluntad. Hace poquito, una amiga me comentaba que cree que éste no es momento para formar una relación, algo así que porque las relaciones, bajo el paradigma existente, se rigen bajo ciertas pautas con las que no concuerda, o no le interesan. Es decir, no comparte el paradigma de pareja que la sociedad, habitualmente, maneja. Si bien, evidentemente, estoy de acuerdo con que es preferible estar sola que circunscribirse a una lógica de relaciones que no comparto, es decir que me parece mejor estar sola que aceptar ciertos marcos normativos que la mayoría de las personas manejan, llego a otra conclusión: creo que otra alternativa es posible (si bien no probable). Supongo, al menos en teoría, que es posible establecer marcos propios y formas propias y si los demás no los comprenden, pues allá ellos. El quid de la cuestión es encontrar esa persona compatible que esté dispuesta a manejarse fuera de lo establecido y a crear una lógica propia y especial. Es algo harto difícil (y seguramente harto improbable), sin lugar a dudas, pero no imposible. Prueba cabal de ellos somos nosotras dos que, básicamente y hablando mal y pronto, nos cagamos en lo  que los demás opinan y hacemos nuestras propias no-normas. Esperemos no ser las únicas.