viernes, 19 de junio de 2009

Andén


Un espacio se abría y los seres se adueñaban de ella, entraban por aquella grieta, avanzaban.
Ella esperaba el tren como siempre, sentada en el mismo banco. Igual, más allá de la rutina, el tren le daba paz, siempre y cuando viajara sentada del lado de la ventana. Pero esa mañana había algo más. La perspectiva de ese viaje en tren no llegaba a llenar el espacio y los seres parecían haberse fortalecido en el último tiempo. Ella sola ya no podía luchar contra ellos. Trataba y trataba, hasta que la vencían, porque su esfuerzo llevaba irremediablemente al mismo resultado cada vez, desistir y rendirse frente a lo inevitable. Desistir frente a su irrevocable destino. ¿Y cuál era ese destino? Ella no podía formularlo, pero lo sabía, y lo sabía muy bien. Lo sabía tan bien y, sin embargo, era incapaz de ponerlo en palabras. Era eso…
Ya venía el tren.
Era como ver acercarse una respuesta, –una res-puesta, una re-spuesta- o eso decían los seres. Y ella ya estaba llegando al punto en que la voluntad decaía y los seres ganaban terreno. A veces se los imaginaba y casi que se reía. Una horda de bichitos deformes, o personitas grises en miniatura –según el día-. Toda una batalla campal dentro de ella.
Mientras lo imaginaba, las huestes defensoras iban cediendo y ella se convencía más y más de la certeza de esa respuesta que se acercaba. Finalmente, los seres conquistaron el territorio entero y clamaron victoria.
El tren llegó.

miércoles, 17 de junio de 2009

Épica citadina

Hay días en que el simple hecho de tomarse un colectivo puede volverse una odisea. Basta que uno diga "hoy salgo temprano porque no puedo llegar tarde" para que el bendito bondi tarde media hora y te toque una catramina que va a una velocidad tan vertiginosa que se asemeja a la de una tortuga renga. Todo esto sumándole lo grata que es la hora pico en Buenos Aires, el bondi que avanza, que para, que avanza que para. Avanza medio metro y para dos minutos para que suba la horda de gente que hay en cada parada, porque claro, los bondis van con una frecuencia digna del primer mundo. Tira y afloja, y obvio, OBVIO, con una sutileza de bailarina clásica.
Encima, como no puede ser de otra manera, a uno le toca pararse al lado de tres cajas de telgopor llenas de pescado-por suerte cerradas, pero que igual hieden- cosa de tener que viajar con un olor riquísimo todo el trayecto. Y vas, rezando que no se te pegue la baranda inmunda, no queriendo mirar la hora porque llegás tarde a la charla, y así...y en eso percibís unos ruidos desagradables, y te decís: "no, lo único que me falta", y resulta que tenés un sujeto atrás que hace ruidos de "en cualquier momento te tiro un garzo en la nunca". Ahí es cuando ya te empezás a reir un poco, y después de todo, ante tal absurdidad, mucho más para hacer no hay.

jueves, 4 de junio de 2009

Algo más

Un cruce de miradas fugaz en el espejo.
-¿Vamos?
-Vamos
Ahí estaba otra vez la nube, esperando, revoloteando. Nunca decidían si les molestaba o no, en definitiva, era una compañía leal. Y de esas no abundan estos días.
-Están persistentes hoy
-Nos van a seguir todo el camino.
-Mientras no piquen…Era por decir, lo mismo daban ya las picaduras, al fin y al cabo uno terminaba volviéndose inmune.
Un roce. Es normal chocarse un poco al caminar por las veredas de Buenos Aires. Otra vez.
-Perdoname, tengo una incapacidad absoluta de caminar en línea recta, ya sabés. Al lado, un silencio y una mirada de reojo. Los insectos seguían obstinados en el medio, más exaltados que de costumbre.
Parecía innecesario llenar los silencios con comentarios vagos sobre alguna trivialidad al estilo de “che, cómo refrescó”.
-Bueno yo…ya me tengo que volver…
-Te acompaño a la parada. El tono tenso se le escapaba como una cachetada.
Un saludo tal vez segundos más largo de lo habitual. Al irse, su mano parecía no querer dejar el brazo ajeno, y lo acarició hasta la punta de los dedos.
Ella la miró subirse al colectivo que la llevaría, una vez más, a la casa con su marido.