jueves, 26 de diciembre de 2013

La falta de glamour





Hay gente que lleva todo con dignidad, el calor, la lluvia, el frío. Yo el frío te lo llevo con bastante glamour, ahora el calor es algo que se lleva lo poco de belleza que puedo tener. Por ejemplo, voy en el subte y veo a las mujeres que van todas arregladas a trabajar, así como quien no quiere la cosa, hace ochenta grados y van como cualquier otro día. Yo, en cambio, que de por sí ni me maquillo (cosa que, bueno, es culpa mía), voy transpirando como un búfalo. Digo, no entiendo cómo puede haber gente que no transpira en esas circunstancias. Pero sí, las hay.  Entonces claro, me pongo nerviosa, porque entre el calor, que estoy encerrada, que estoy deshidratándome a través de mis poros...me pongo toda roja y transpiro todavía más. Impresentable.
Algo similar me pasa con la lluvia. La otra vez que se largó el tormentón ese que se volaban cosas, yo estaba en la calle con una amiga, que tiene más o menos el mismo porte que yo. Las dos palurdas empapadas (yo, como siempre que llueve, con ropa clara, como es lógico porque carezco de previsión) sin ver nada, porque usamos anteojos ambas y ella, Danu, cayéndose continuamente por haber salido con alpargatas (aún menos previsora que yo). Considerando la situación, logramos sentarnos en un bar a esperar que pasara el juicio final y, obviamente, a los cinco minutos ya estaba saliendo el sol, momento en el cual vimos a dos mujeres caminando por la calle como si nunca hubiera llovido. Nos miramos, así, desastrosas, secándonos con una lona, y dijimos "quién pudiera, ¿no?"


sábado, 30 de noviembre de 2013

La vida misma

El sábado pasado me fui a depilar. Yo estaba medio atontada porque había dormido una siesta feroz antes de ir pero, por suerte, una siempre puede contar con la locura de la gente para despabilarse. Estaba yo intentando descular de qué iba el programa que pasaban en la tele de la sala de espera (estaba sin sonido y no tenía subtítulos, pero me divertía conjeturar respecto a lo que sucedía) cuando llega una mujer con cinco bolsas del Día y su hija. Después de preguntarle a la recepcionista si podía guardarle el lugar para ir a su casa y dejar las bolsas (a lo que le respondió que no, porque el asunto es por orden de llegada), se sentó. Acto seguido, sacó el celular y llamó a una amiga. Del vamos empezó la discusión. "Sos la mujer más complicada del mundo", sentenció. Parece ser que el problema era que la señora que estaba a mi lado -de aquí en adelante Romualda- había tenido una suerte de imprevistos por los cuales no había podido estar en su casa a la hora pactada con la mujer al otro lado del teléfono -de aquí en adelante Hermenigilda-. Hermenigilda debía llevarle algo (creo que una torta) y para eso reclamaba la presencia de Romualda en la casa. Romualda le intentaba hacer ver que no era imperioso que ella estuviera, porque bien podía dejar la torta en el kiosco de adelante o a otra persona que estuviera en la casa y que, si de verse se trataba, podían hacerlo al día siguiente, con más tranquilidad. Se ve que a Hermenigilda no le satisfacía la respuesta porque a continuación, Romualda disparó "vos porque estás todo el día al pedo en tu casa con Matías, yo soy una mujer sola y con dos hijos". Tras alguna réplica de su interlocutora, remató con el comentario favorito de las madres para con sus amigas sin críos (que seguramente debe tener algo de verdad), "cuando tengas hijos vas a entender".  Bueno, esto continuó por unos diez minutos, girando más o menos por los mismos conceptos. Yo me debatía entre la incomodidad y la risa, como debe ser. En ese momento, me tocó mi turno. Cinco minutos después, pasa al cubículo de al lado la famosa Romualda, todavía hablando por teléfono. Realizó un brevísimo impasse para indicarle a la chica qué iba a depilarse y retomó. Yo, en esas, estaba preguntándome si continuaría con la discusión mientras la depilaran, cosa que me resultaba harto difícil siquiera conceptualmente. La respuesta no tardó en llegar: "Bueno, tengo que cortar porque me están por depilar y me va a doler". Clap, clap.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Se escribe especial, se pronuncia loser

Hay gente que en la vida nació para sobresalir y gente que no. A mí, desafortunadamente, me tocó estar en el segundo grupo. Siempre boyando entre ser "la hermana de" y "la amiga de". Mirá cómo será, que ni en mi cumpleaños tengo convocatoria. Yo soy de esas personas que dice "che, ¿hacemos tal cosa?" y nadie responde. El día de mi cumpleaños, en la oficina, traté de propugnar un almuerzo y, visto que nadie me daba ni la hora, le encargué la tarea a alguien que sí tiene ese poder, esa capacidad de decir "che, ¿comemos?" y todos acatan. Quién pudiera. A la larga me doy cuenta que si ni en eso consigo que me presten atención, ¿quién demonios leería un libro mío? Y no, nadie, lógicamente. Con suerte mi familia, algo así como lo que le pasó a De Narváez estas elecciones. Ay, qué triste tener que compararme con ese engendro de la política.
Hay quienes dicen, "pero vos sos especial" intentando hacerme creer que yo no puedo acarrear al ganado porque soy un ser particular, distinto y que, aunque nadie me registre, y no sea de esas personas por las que todos se dan vuelta,  los que me ven, ven que soy "especial".  O que qué importa si el 90% de las personas no ven mi particularidad, que lo que importa es que yo la vea. No nos mintamos más. No soy especial, soy una goma más, lisa y llanamente. Sí, no soy la rubia tarada, tengo onda , podría decirse. Pero dale, no todos queremos ser Tinelli, pero en el fondo queremos que nos lean, que la gente se cope, que lleguemos a algo haciendo lo que nos gusta, y si nadie le presta atención a lo que hacés, ¿cómo va a ocurrir eso? Pero bueno, hay que asumirlo.

Ya lo dijo la psicóloga tan amable que me hizo el preocupacional, no estoy para una posición de liderazgo.

domingo, 17 de noviembre de 2013

El poder del look veraniego

Voy a escribir algo mucho menos intelectual que lo anterior, pero qué se le va a hacer, al fin y al cabo las frivolidades también merecen su lugar.

El jueves, que hizo algo así como cincuenta grados con una humedad del 230% , confirmé que los hombres en esta ciudad son de manual. Me puse lo que podríamos llamar una remera "escotada" (dicho sea de paso ese día descubrí que mis compañeros/as de trabajo piensan que me pongo remeras escotadas bastante seguido). Salí de trabajar y, como todos los jueves, me fui caminando hasta clase de trombón. Luego de ella, fui -caminando también- hacia la facultad.  Como salí del trabajo a las 15.20 podrán imaginar que había un sol que te perforaba el cráneo y te carcomía las retinas, con lo cual me puse mis súper top lentes de sol.  En ambos trayectos recibí el quíntuple de comentarios que en todo el año. La combinación escote + lentes de sol que te tapan la mitad de la cara, resulta muy efectiva para levantar "piropos" (si así puede llamarse a los encantadores comentarios que los hombres deciden que una quiere escuchar). Por suerte esta vez no fueron desagradables. En los 45 minutos que sumaron los dos trayectos de caminata coseché un "morocha, si seguís por ahí te vas a derretir" (el muchacho señalaba hacia las cuadras en las que pegaba violentamente el sol), un "ay mamitah", de otro muchacho seguido de una "hola mamitah, chau mamitah" de uno de los amigos con los que hablaba y finalmente un "chau mi amor" de un señor que iba en auto. Desde ya que al momento que me saco los lentes de sol y me pongo los lentes de ver, se acaban los comentarios. O sea, soy la versión femenina de Clark Kent sin superpoderes (básicamente, una loser de marca mayor), me pongo los lentes de sol y más o menos tiro sexy, me pongo los lentes de ver y emerge lo nerd.


Domingo a la mañana


A veces me pasa que miro para atrás y siento que fui muchas personas diferentes, que cada etapa de mi vida (que ya llegó al cuarto de siglo) fui alguien distinto.  Por ejemplo, leo cosas que escribí hace dos años y en algunas me reconozco y, en otras, para nada. No sé si es bueno o malo. Es.

Hoy me parece que siento completamente distinto, que veo completamente distinto. Pero,a veces, de repente, me vuelvo a sentir como hace diez años. Tal vez tengo un principio de esquizofrenia. Tal vez algo más sencillo que eso, que aún me cuesta explicar. Y, además, hay cosas que no todos entienden. A ver, no es que yo me crea súper especial e incomprendida, no, para nada. Pero hay gente que comparte tus modos de ver la vida y gente que no. Y hay cosas que sino las compartís, si vos no las sentís así, son difíciles de entender, ¿no?

Me doy cuenta mientras escribo esto que estoy horriblemente oxidada con la escritura gracias a la bendita facultad, que me succiona la existencia. Además, cuando estoy así de pensativa me cuesta volcar la marea de reflexiones que pasan por mi cerebro en un teclado. En un intento de clarificarme recurro a este espacio que siempre fue como un oasis para mí. En definitiva, siempre me sirvió para hacer algo interesante de todas las cosas que me pasaban (ay, si lo hubiera tenido hace diez años...). Ahora, mientras escribía esto, me percaté de una cosa. Aunque las personas cambien, maduren, conozcan gente y cosas nuevas que le abran la percepción a nuevas experiencias, aunque evolucionen (y, en algunos casos, involucionen), la esencia de las personas, creo, nunca cambia. En mi caso, aunque ahora sea una persona mucho más positiva (lo que no es decir demasiado, porque antes era la negatividad hecha ser), aunque disfrute sobremanera reír y divertirme, en mi esencia sigo siendo una persona melancólica y muy, muy, reflexiva. Hay que decir que eso tiene muchos contras, pero espero que al final resulte que en el balance me dé un superávit (qué metáfora horrorosa). Para decirlo de una manera más poética, espero, espero tanto, con ansias, que en algún momento de mi vida esa esencia me sirva para escribir algo especial. Quiero, y ahora lo veo con claridad, más que nada, dejar la huella en alguien que tantos escritores dejaron en mí y quiero que eso sea algo que no pueda ponerse en palabras, que sólo pueda sentirse.

lunes, 27 de mayo de 2013

La magia de Elsa Bornemann

Todavía no se me pasa la tristeza por su muerte. Me pregunté en un momento porqué me pegó tanto. La respuesta es sencilla, creo. Sus cuentos para mí tienen un valor indescriptible, son un pilar de mi infancia. Los amaba, simplemente los amaba. Me acompañaban y me trasladaban a otro mundo, es decir, eso que hace maravillosamente la buena literatura. Creo que leí incontables veces ese libro espectacular que era "Queridos monstruos" y siempre me inquietaba y me dejaba con la misma sensación que la primera vez.
Pero la vida tiene eso, y es que las personas que admiramos no pueden estar para siempre, pero sí aquello que nos dejan, eso siempre podemos llevarlo con nosotros.
Hoy les comparto aquel cuento que fue censurado por la dictadura (y que le valió el pasar a ser una más de la lista de autores prohibidos) que, como todos sabemos, no sólo se ocupó de matar gente a diestra y siniestra, sino que, no contentos con eso, trataron de sepultar las cosas más hermosas que tenemos. Por suerte no lo consiguieron, y nadie lo conseguirá jamás.


Un elefante ocupa mucho espacio
Elsa Bornemann


Que un elefante ocupa mucho espacio lo sabemos todos. Pero que Víctor, un
elefante de circo, se decidió una vez a pensar "en elefante", esto es, a tener
una idea tan enorme como su cuerpo... ah... eso algunos no lo saben, y por
eso se los cuento:
Verano. Los domadores dormían en sus carromatos, alineados a un costado
de la gran carpa. Los animales velaban desconcertados. No era para menos:
cinco minutos antes el loro había volado de jaula en jaula comunicándoles la
inquietante noticia. El elefante había declarado huelga general y proponía
que ninguno actuara en la función del día siguiente.
- ¿Te has vuelto loco, Víctor? - le preguntó el león, asomando el hocico por
entre los barrotes de su jaula - ¿Cómo te atreves a ordenar algo semejante
sin haberme consultado? ¡El rey de los animales soy yo!
La risita del elefante se desparramó como papel picado en la oscuridad de la
noche:
- Ja. El rey de los animales es el hombre, compañero. Y sobre todo aquí, tan
lejos de nuestras selvas...
- ¿De qué te quejas, Víctor? - interrumpió un osito, gritando desde su
encierro - ¿No son acaso los hombres los que nos dan techo y comida?
- Tú has nacido bajo la lona del circo... - le contestó Víctor dulcemente - La
esposa del criador te crió con mamadera... Solamente conoces el país de los
hombres y no puedes entender, aún, la alegría de la libertad...
- ¿Se puede saber para qué hacemos huelga? - gruñó la foca, coleteando
nerviosa de aquí para allá.- ¡Al fin una buena pregunta! - exclamó Víctor, entusiasmado, y ahí nomás
les explicó a sus compañeros que ellos eran presos... que trabajaban para
que el dueño del circo se llenara los bolsillos de dinero... que eran obligados
a ejecutar ridículas pruebas para divertir a la gente... que se los forzaba a
imitar a los hombres... que no debían soportar más humillaciones y que
patatín y que patatán. (Y que patatín fue el consejo de hacer entender a los
hombres que los animales querían volver a ser libres... Y que patatán fue la
orden de huelga general...)
- Bah... Pamplinas... - se burló el león - ¿Cómo piensas comunicarte con los
hombres? ¿Acaso alguno de nosotros habla su idioma?
- Sí - aseguró Víctor - El loro será nuestro intérprete - y enroscando la
trompa en los barrotes de su jaula, los dobló sin dificultad y salió afuera.
Enseguida, abrió una tras otra las jaulas de sus compañeros.
Al rato, todos retozaban en los carromatos. ¡Hasta el león!
Los primeros rayos de sol picaban como abejas zumbadoras sobre las pieles
de los animales cuando el dueño del circo se desperezó ante la ventana de
su casa rodante. El calor parecía cortar el aire en infinidad de líneas
anaranjadas... (los animales nunca supieron si fue por eso que el dueño del
circo pidió socorro y después se desmayó, apenas pisó el césped...)
De inmediato, los domadores aparecieron en su auxilio:
- ¡Los animales están sueltos! - gritaron a coro, antes de correr en
busca de sus látigos.
- ¡Pues ahora los usarán para espantarnos las moscas! - les comunicó el
loro no bien los domadores los rodearon, dispuestos a encerrarlos
nuevamente.
- ¡Ya no vamos a trabajar en el circo! ¡Huelga general, decretada por
nuestro delegado, el elefante!- ¿Qué disparate es este? ¡A las jaulas!
Y los látigos silbadores ondularon amenazadoramente.
- ¡Ustedes a las jaulas! - gruñeron los orangutanes. Y allí mismo se
lanzaron sobre ellos y los encerraron. Pataleando furioso, el dueño del
circo fue el que más resistencia opuso. Por fin, también él miraba correr el
tiempo detrás de los barrotes.
La gente que esa tarde se aglomeró delante de las boleterías, las
encontró cerradas por grandes carteles que anunciaban: CIRCO TOMADO
POR LOS TRABAJADORES. HUELGA GENERAL DE ANIMALES.
Entretanto, Víctor y sus compañeros trataban de adiestrar a los hombres:
- ¡Caminen en cuatro patas y luego salten a través de estos aros de
fuego! ¡Mantengan el equilibrio apoyados sobre sus cabezas!
- ¡No usen las manos para comer! ¡Rebuznen! ¡Maúllen! ¡Ladren!
¡Rujan!
- ¡BASTA, POR FAVOR, BASTA! - gimió el dueño del circo al concluir su
vuelta número doscientos alrededor de la carpa, caminando sobre las
mano - ¡Nos damos por vencidos! ¿Qué quieren?
El loro carraspeó, tosió, tomó unos sorbitos de agua y pronunció entonces
el discurso que le había enseñado el elefante:
- ..Con que esto no, y eso tampoco, y aquello nunca más, y no es justo,
y que patatín y que patatán... porque... o nos envían de regreso a
nuestras selvas... o inauguramos el primer circo de hombres
animalizados, para diversión de todos los gatos y perros del
vecindario. He dicho.
Las cámaras de televisión transmitieron un espectáculo insólito aquel
fin de semana: en el aeropuerto, cada uno portando su
correspondiente pasaje en los dientes (o sujeto en el pico en el casodel loro), todos los animales se ubicaron en orden frente a la puerta de
embarque con destino al África.
Claro que el dueño del circo tuvo que contratar dos aviones: en uno
viajaron los tigres, el león, los orangutanes, la foca, el osito y el loro. El
otro fue totalmente utilizado por Víctor... porque todos sabemos que un
elefante ocupa mucho, mucho espacio...


jueves, 7 de marzo de 2013

Cuando te llega la madurez


Te das cuenta que estás en tu adultez cuando pasan las siguientes cosas:

-ves gente de 19 años y decís, con ternura, "ay pero son re chiquitos"
-te empiezan a molestar los boliches y decís cosas como "loco porqué está tan encerrado acá", "hay mucho humo", "¡¡¡¡PAREN DE EMPUJARME!!!!", "ay, por favor, hace demasiado calor"
-en un acceso de juventud te pegás un pedo histórico pero, gracias a eso, tenés que faltar al laburo al día siguiente porque tu anciano cuerpo ya no resiste la resaca
-te juntás a merendar con amigas. Algunas, peores que una, se refieren a eso como "tomar el té"
-te juntás a comer un viernes por la noche y, volviendo a las tres de la mañana, una dice "che re aguantamos hoy, hace mucho no nos quedábamos hasta tan tarde"
-te tomás bastante en serio el orden de tu casa
-le das consejos de vida a tus amigas más chicas
-te vas a lo de tu vieja en San Antonio de Areco (o sea, pueblo) para relajarte. Encima, tu madre, persona cercana a los sesenta, te propone ir a ver qué onda el carnaval, vos, de veinticuatro años, le decís "la verdad prefiero quedarme, porque si vengo acá es para estar en casa tranqui y descansar, de última para ver gente tengo Capital"
-tomás vino en vez de cerveza, porque es más rico, claro, pero también porque la cerveza te hincha y te da dolor de cabeza
-te encontrás estrías
-te encontrás celulitis (gracias al cielo eso a mí todavía no me pasa)


Bueno por ahora tengo esto pero estoy segura de que me irán surgiendo cada vez más hechos que denotan nuestra incipiente vejez. Tratemos de no deprimirnos, todavía somos jóvenes para gran parte de la población, por ejemplo, nuestros padres.