sábado, 30 de noviembre de 2013

La vida misma

El sábado pasado me fui a depilar. Yo estaba medio atontada porque había dormido una siesta feroz antes de ir pero, por suerte, una siempre puede contar con la locura de la gente para despabilarse. Estaba yo intentando descular de qué iba el programa que pasaban en la tele de la sala de espera (estaba sin sonido y no tenía subtítulos, pero me divertía conjeturar respecto a lo que sucedía) cuando llega una mujer con cinco bolsas del Día y su hija. Después de preguntarle a la recepcionista si podía guardarle el lugar para ir a su casa y dejar las bolsas (a lo que le respondió que no, porque el asunto es por orden de llegada), se sentó. Acto seguido, sacó el celular y llamó a una amiga. Del vamos empezó la discusión. "Sos la mujer más complicada del mundo", sentenció. Parece ser que el problema era que la señora que estaba a mi lado -de aquí en adelante Romualda- había tenido una suerte de imprevistos por los cuales no había podido estar en su casa a la hora pactada con la mujer al otro lado del teléfono -de aquí en adelante Hermenigilda-. Hermenigilda debía llevarle algo (creo que una torta) y para eso reclamaba la presencia de Romualda en la casa. Romualda le intentaba hacer ver que no era imperioso que ella estuviera, porque bien podía dejar la torta en el kiosco de adelante o a otra persona que estuviera en la casa y que, si de verse se trataba, podían hacerlo al día siguiente, con más tranquilidad. Se ve que a Hermenigilda no le satisfacía la respuesta porque a continuación, Romualda disparó "vos porque estás todo el día al pedo en tu casa con Matías, yo soy una mujer sola y con dos hijos". Tras alguna réplica de su interlocutora, remató con el comentario favorito de las madres para con sus amigas sin críos (que seguramente debe tener algo de verdad), "cuando tengas hijos vas a entender".  Bueno, esto continuó por unos diez minutos, girando más o menos por los mismos conceptos. Yo me debatía entre la incomodidad y la risa, como debe ser. En ese momento, me tocó mi turno. Cinco minutos después, pasa al cubículo de al lado la famosa Romualda, todavía hablando por teléfono. Realizó un brevísimo impasse para indicarle a la chica qué iba a depilarse y retomó. Yo, en esas, estaba preguntándome si continuaría con la discusión mientras la depilaran, cosa que me resultaba harto difícil siquiera conceptualmente. La respuesta no tardó en llegar: "Bueno, tengo que cortar porque me están por depilar y me va a doler". Clap, clap.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Se escribe especial, se pronuncia loser

Hay gente que en la vida nació para sobresalir y gente que no. A mí, desafortunadamente, me tocó estar en el segundo grupo. Siempre boyando entre ser "la hermana de" y "la amiga de". Mirá cómo será, que ni en mi cumpleaños tengo convocatoria. Yo soy de esas personas que dice "che, ¿hacemos tal cosa?" y nadie responde. El día de mi cumpleaños, en la oficina, traté de propugnar un almuerzo y, visto que nadie me daba ni la hora, le encargué la tarea a alguien que sí tiene ese poder, esa capacidad de decir "che, ¿comemos?" y todos acatan. Quién pudiera. A la larga me doy cuenta que si ni en eso consigo que me presten atención, ¿quién demonios leería un libro mío? Y no, nadie, lógicamente. Con suerte mi familia, algo así como lo que le pasó a De Narváez estas elecciones. Ay, qué triste tener que compararme con ese engendro de la política.
Hay quienes dicen, "pero vos sos especial" intentando hacerme creer que yo no puedo acarrear al ganado porque soy un ser particular, distinto y que, aunque nadie me registre, y no sea de esas personas por las que todos se dan vuelta,  los que me ven, ven que soy "especial".  O que qué importa si el 90% de las personas no ven mi particularidad, que lo que importa es que yo la vea. No nos mintamos más. No soy especial, soy una goma más, lisa y llanamente. Sí, no soy la rubia tarada, tengo onda , podría decirse. Pero dale, no todos queremos ser Tinelli, pero en el fondo queremos que nos lean, que la gente se cope, que lleguemos a algo haciendo lo que nos gusta, y si nadie le presta atención a lo que hacés, ¿cómo va a ocurrir eso? Pero bueno, hay que asumirlo.

Ya lo dijo la psicóloga tan amable que me hizo el preocupacional, no estoy para una posición de liderazgo.

domingo, 17 de noviembre de 2013

El poder del look veraniego

Voy a escribir algo mucho menos intelectual que lo anterior, pero qué se le va a hacer, al fin y al cabo las frivolidades también merecen su lugar.

El jueves, que hizo algo así como cincuenta grados con una humedad del 230% , confirmé que los hombres en esta ciudad son de manual. Me puse lo que podríamos llamar una remera "escotada" (dicho sea de paso ese día descubrí que mis compañeros/as de trabajo piensan que me pongo remeras escotadas bastante seguido). Salí de trabajar y, como todos los jueves, me fui caminando hasta clase de trombón. Luego de ella, fui -caminando también- hacia la facultad.  Como salí del trabajo a las 15.20 podrán imaginar que había un sol que te perforaba el cráneo y te carcomía las retinas, con lo cual me puse mis súper top lentes de sol.  En ambos trayectos recibí el quíntuple de comentarios que en todo el año. La combinación escote + lentes de sol que te tapan la mitad de la cara, resulta muy efectiva para levantar "piropos" (si así puede llamarse a los encantadores comentarios que los hombres deciden que una quiere escuchar). Por suerte esta vez no fueron desagradables. En los 45 minutos que sumaron los dos trayectos de caminata coseché un "morocha, si seguís por ahí te vas a derretir" (el muchacho señalaba hacia las cuadras en las que pegaba violentamente el sol), un "ay mamitah", de otro muchacho seguido de una "hola mamitah, chau mamitah" de uno de los amigos con los que hablaba y finalmente un "chau mi amor" de un señor que iba en auto. Desde ya que al momento que me saco los lentes de sol y me pongo los lentes de ver, se acaban los comentarios. O sea, soy la versión femenina de Clark Kent sin superpoderes (básicamente, una loser de marca mayor), me pongo los lentes de sol y más o menos tiro sexy, me pongo los lentes de ver y emerge lo nerd.


Domingo a la mañana


A veces me pasa que miro para atrás y siento que fui muchas personas diferentes, que cada etapa de mi vida (que ya llegó al cuarto de siglo) fui alguien distinto.  Por ejemplo, leo cosas que escribí hace dos años y en algunas me reconozco y, en otras, para nada. No sé si es bueno o malo. Es.

Hoy me parece que siento completamente distinto, que veo completamente distinto. Pero,a veces, de repente, me vuelvo a sentir como hace diez años. Tal vez tengo un principio de esquizofrenia. Tal vez algo más sencillo que eso, que aún me cuesta explicar. Y, además, hay cosas que no todos entienden. A ver, no es que yo me crea súper especial e incomprendida, no, para nada. Pero hay gente que comparte tus modos de ver la vida y gente que no. Y hay cosas que sino las compartís, si vos no las sentís así, son difíciles de entender, ¿no?

Me doy cuenta mientras escribo esto que estoy horriblemente oxidada con la escritura gracias a la bendita facultad, que me succiona la existencia. Además, cuando estoy así de pensativa me cuesta volcar la marea de reflexiones que pasan por mi cerebro en un teclado. En un intento de clarificarme recurro a este espacio que siempre fue como un oasis para mí. En definitiva, siempre me sirvió para hacer algo interesante de todas las cosas que me pasaban (ay, si lo hubiera tenido hace diez años...). Ahora, mientras escribía esto, me percaté de una cosa. Aunque las personas cambien, maduren, conozcan gente y cosas nuevas que le abran la percepción a nuevas experiencias, aunque evolucionen (y, en algunos casos, involucionen), la esencia de las personas, creo, nunca cambia. En mi caso, aunque ahora sea una persona mucho más positiva (lo que no es decir demasiado, porque antes era la negatividad hecha ser), aunque disfrute sobremanera reír y divertirme, en mi esencia sigo siendo una persona melancólica y muy, muy, reflexiva. Hay que decir que eso tiene muchos contras, pero espero que al final resulte que en el balance me dé un superávit (qué metáfora horrorosa). Para decirlo de una manera más poética, espero, espero tanto, con ansias, que en algún momento de mi vida esa esencia me sirva para escribir algo especial. Quiero, y ahora lo veo con claridad, más que nada, dejar la huella en alguien que tantos escritores dejaron en mí y quiero que eso sea algo que no pueda ponerse en palabras, que sólo pueda sentirse.