viernes, 8 de agosto de 2014

Tres tristes tigres



Tres tigres aguardaban por una presa. El primero, de tanta hambre que sentía, esperaba agazapado, ansioso, el avistaje de algún animal que por allí se acercara. El segundo sabía que, como tigre, se esperaba que cazara y que, eventualmente, le daría hambre, por lo que aguardaba pero con poca expectativa. Por otra parte, él quería, fervientemente, ser como su hermano. El tercero no sentía ningún interés, tan sólo acompañaba a los otros dos. Tal era su letargo que sus ojos se entrecerraban.
Unos cuantos metros más allá una liebre exultante decidía salir a dar saltos por los pastizales, aprovechando la mañana de sol radiante que hacía. Tan enfrascada y divertida se encontraba que no vio que se acercaba a los tres tigres. En su ser todo era inmediatez, ni por un momento percibió el gris destino que se avecinaba.
El primer tigre la vio rápidamente y comenzó a calcular sus movimientos. El segundo, al ver que el primero se preparaba, lo imitó. El primero se relamía pero, siendo aún inexperto en asuntos de caza, no se animaba a proceder. Sabía de la expectativa de todo su clan y temía defraudarlos. El segundo, como lo admiraba mucho, jamás osaría tomar la iniciativa, eso correspondía pura y exclusivamente al primero. El tercero aún ni se percataba de la presencia disruptiva del pequeño mamífero, tan sólo notaba un movimiento a su lado pero pensaba que sería de pura ansiedad de sus hermanos.
Entre tanto la liebre, feliz, seguía su camino. Saltaba y saltaba, como si nada más existiera.
Eventualmente, el tercer tigre vio a la liebre. Pero nada de lo que se suponía que debía ocurrirle ocurrió. No sintió ningún deseo de acercarse a ella, ningún impulso de despedazarla y saborear su carne. Ninguno en absoluto. No sólo eso sino que sintió que jamás había visto alto tan bello, algo tan simple. La felicidad pura, allí frente a él. Era la primera vez que lograba salir de ese letargo que creía infinito. Una lágrima rodó por su rostro sin que siquiera lo notara. Pero en ese momento, en el breve instante que pasó entre que la lágrima salió de su ojo para finalmente tocar el piso, el primer tigre se abalanzó seguido, por supuesto, de su hermano, ese que en todo lo imitaba. Él quiso cerrar sus ojos pero no pudo, simplemente no pudo. Y mientras la sangrienta escena se desarrollaba frente a él, inmóvil, supo –aunque todos crean que los animales no razonan- que jamás sería el mismo.