viernes, 16 de enero de 2015

Las ventajas del subdesarrollo

Vivir en un país subdesarrollado tiene sus bemoles pero también nos impone adquirir una serie de habilidades de las que seguramente los civilizados seres habitantes del primer mundo adolecerán. Sí, tenemos villas por todos lados; sí, tenemos más robos; sí, tenemos brechas sociales y económicas enormes; sí, tenemos clases medias que quieren cagar más arriba de sus cabezas; no, no tenemos tampones; ¡pero a que ellos no pueden leer y resumir en uno de nuestros colectivos! ¡JA! El asunto de las extensas distancias que, por lo menos en Buenos Aires, debemos recorrer, sumado al caótico tránsito lento que va emporando con los años genera que debamos desarrollar la adaptablidad necesaria para aprovechar productivamente los trayectos. Hasta acá bien podría no haber tanta diferencia, porque supongo que por ordenaditos que sean, en gran parte de las ciudades primermundistas también habrá alguna saturación. Pero hete aquí que nosotros tenemos el desafío agregado de contar con la delicadeza extraordinaria de conductores que creen que un colectivo es lo mismo que un auto. Frenan como si la inercia no existiera, doblan como si llevaran un vehículo de dos ejes, bueno, todo lo que ya sabemos. Si a eso le sumamos el maravilloso estado del pavimento porteño, hacemos cartón lleno. En estas circunstancias, el mero hecho de no caerse es una ardua tarea solo asimilable a pararse en un samba, pero menos divertido. Ya llegar a destino cuando te toca ir parado es merecedor de alabanzas. Ahora, si uno logra la odisea de viajar sentado, acá viene lo bueno. Si vas a estar un buen ratito, hay que aprovecharlo: o dormís o leés. Me maravilla lo que hemos conseguido, podemos dormir, leer o incluso escribir en un medio que salta, se sacude, frena de golpe, te tira de un lado al otro y que, además, en verano te cagás de calor y en invierno te cagás de frío. Podemos sumarle también, en algunas ocasiones, una buena cumbia proveniente de un celular sin auriculares enchufados.

No jodamos, esto como mínimo nos vuelve dignos de admiración. Que me vengan a hablar de primer mundo, ser grosos es esto.

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