Seguramente a mí sola me pasa tomarme vacaciones y enfermarme al tercer día de las mismas. Son esos momentos en que te preguntás: ¿soy boluda? Y la respuesta, como siempre: Sí, obvio.
Aparte, mi gran genialidad es que, de las veces que me enfermé este año, sin duda es la peor. Dos días de fiebre-entre los 38 y los 39 grados, cuando mucho unos 37.5 después del remedio-, una congestión encantadora que da por resultado la pérdida de la audición-además del dolor de oído-, del gusto, un tono gangoso, dolor de cabeza y la necesidad de 35 paquetes de carilinas. También es parte del cuadro una tos de Cacho Castaña al borde de la muerte. Hermoso.
Con lo cual, después del finde, mis vacaciones consistieron-hasta el momento- en agonizar en la cama, agonizar en la guardia del hospital viendo salir a los mineros-claro, encima tuve dos horas de espera en esa encantadora situación- y volver a agonizar en la cama.
Por eso, una vez más y con mucho énfasis: VIVA YO
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