Somos carne de cañón. Somos los que lloramos, somos los que luchamos, somos los que escupimos, somos los que gritamos, somos los que, a veces, también callamos. Somos los que aceptamos hasta que resistimos. Somos la sangre, somos la transpiración, somos el dolor. Arriba, ellos festejan, ellos se ríen, ellos no sufren porque son quienes de todo sacan su tajada. Son ellos los que del hambre sacan provecho, de la esperanza sacan provecho, de la dulce ingenuidad y, a veces, de la obtusa obsecuencia. Y nosotros, de abajo, miramos. Porque seremos nosotros siempre la carne de cañón, los que tengamos que poner cuerpo y alma para hacer resurgir lo marchito, o para evitar el hundimiento total. Seremos nosotros quienes estemos cuando los castillos de arena se derrumben. Ellos ya estarán lejos. Todo para que luego vengan otros a vendernos más discursos de cristal que pretendan adornar la putrefacción reinante y, una vez más, volver a ser carne de cañón. Pero lo seremos dignamente. Porque ellos tendrán todo, pero lo que nunca tendrán, serán nuestros principios.
martes, 20 de enero de 2015
viernes, 16 de enero de 2015
Las ventajas del subdesarrollo
Vivir en un país subdesarrollado tiene sus bemoles pero también nos impone adquirir una serie de habilidades de las que seguramente los civilizados seres habitantes del primer mundo adolecerán. Sí, tenemos villas por todos lados; sí, tenemos más robos; sí, tenemos brechas sociales y económicas enormes; sí, tenemos clases medias que quieren cagar más arriba de sus cabezas; no, no tenemos tampones; ¡pero a que ellos no pueden leer y resumir en uno de nuestros colectivos! ¡JA! El asunto de las extensas distancias que, por lo menos en Buenos Aires, debemos recorrer, sumado al caótico tránsito lento que va emporando con los años genera que debamos desarrollar la adaptablidad necesaria para aprovechar productivamente los trayectos. Hasta acá bien podría no haber tanta diferencia, porque supongo que por ordenaditos que sean, en gran parte de las ciudades primermundistas también habrá alguna saturación. Pero hete aquí que nosotros tenemos el desafío agregado de contar con la delicadeza extraordinaria de conductores que creen que un colectivo es lo mismo que un auto. Frenan como si la inercia no existiera, doblan como si llevaran un vehículo de dos ejes, bueno, todo lo que ya sabemos. Si a eso le sumamos el maravilloso estado del pavimento porteño, hacemos cartón lleno. En estas circunstancias, el mero hecho de no caerse es una ardua tarea solo asimilable a pararse en un samba, pero menos divertido. Ya llegar a destino cuando te toca ir parado es merecedor de alabanzas. Ahora, si uno logra la odisea de viajar sentado, acá viene lo bueno. Si vas a estar un buen ratito, hay que aprovecharlo: o dormís o leés. Me maravilla lo que hemos conseguido, podemos dormir, leer o incluso escribir en un medio que salta, se sacude, frena de golpe, te tira de un lado al otro y que, además, en verano te cagás de calor y en invierno te cagás de frío. Podemos sumarle también, en algunas ocasiones, una buena cumbia proveniente de un celular sin auriculares enchufados.
No jodamos, esto como mínimo nos vuelve dignos de admiración. Que me vengan a hablar de primer mundo, ser grosos es esto.
viernes, 9 de enero de 2015
Lo no convencional
Lo convencional no es para todos y, de la misma manera, lo no convencional es para pocos. La diferencia, por lo general, es que lo no convencional conlleva otro desgaste. La misma palabra lo indica, lo convencional es aceptado, aceptable, es lo que el status quo habilita como "normal" y lo que se sale de ese marco normativo asusta y como asusta, se lo trata de sofocar.
Yo fui poco convencional siempre, y esto no lo digo como un valor en sí mismo (aunque tengo que reconocer que me alegro de ser así y que es algo que valoro en otras personas), para mí sencillamente no es una opción. En ningún momento lo elegí, simplemente sucedió. Al jardín, como buena torta en potencia, me llevaba una pelota, en casa vaciaba cajones y me metía dentro (porqué, nadie sabe), en las fotos nunca una cara normal. A los ocho años decidí que me quería cortar el pelo corto y así lo hice, y me importó un carajo que "las nenas usan el pelo largo". Tal y como dijo mi vieja hace días nomás, siempre fui determinada, siempre. Lo que quise lo hice, y lo que quería por lo general no era lo esperable. De más grande ya, me volví discutidora, contrera, y creo que así seré hasta el último día (por suerte). Afortunadamente tuve unos padres bastante progres que respetaron (con mayor o menor dificultad) cada decisión que tomé, por ridícula que les pareciera, porque ese era mi signo personal y también porque, seguramente, sabían que me daría exactamente igual que no lo respetaran. Lo mismo lo iba a hacer.
Hoy en día, me encuentro en la misma disputa de siempre, entre lo que la sociedad espera y lo que yo deseo y, una vez más, seré consecuente conmigo misma. Porque, al fin y al cabo, ¿qué hizo la sociedad por mí? Nada, sólo estereotiparme, discriminarme, excluirme. Y hasta donde llegué fue por pura fuerza de voluntad. Hace poquito, una amiga me comentaba que cree que éste no es momento para formar una relación, algo así que porque las relaciones, bajo el paradigma existente, se rigen bajo ciertas pautas con las que no concuerda, o no le interesan. Es decir, no comparte el paradigma de pareja que la sociedad, habitualmente, maneja. Si bien, evidentemente, estoy de acuerdo con que es preferible estar sola que circunscribirse a una lógica de relaciones que no comparto, es decir que me parece mejor estar sola que aceptar ciertos marcos normativos que la mayoría de las personas manejan, llego a otra conclusión: creo que otra alternativa es posible (si bien no probable). Supongo, al menos en teoría, que es posible establecer marcos propios y formas propias y si los demás no los comprenden, pues allá ellos. El quid de la cuestión es encontrar esa persona compatible que esté dispuesta a manejarse fuera de lo establecido y a crear una lógica propia y especial. Es algo harto difícil (y seguramente harto improbable), sin lugar a dudas, pero no imposible. Prueba cabal de ellos somos nosotras dos que, básicamente y hablando mal y pronto, nos cagamos en lo que los demás opinan y hacemos nuestras propias no-normas. Esperemos no ser las únicas.
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