El mundo del revés no es aquel en el que los peces vuelan, no es aquel en el los gatos dicen yes, no es aquel que desafía las leyes de la física (lamentablemente), no es aquel en el que dos y dos son tres. En el mundo del revés dos y dos son cuatro y tener plata es lo que importa. En el mundo del revés importa más lo individual que lo colectivo, cada uno cuida su ranchito y sólo protesta cuando le tocan lo suyo. En el mundo del revés el que no enloquece por comprar ropa nueva es raro, el que no quiere gastar cuatro lucas en un celular es raro, es más, es rata. En el mundo del revés el que elige no tomarse un taxi, aunque lo pueda pagar, y usar el transporte público es raro y rata. En el mundo del revés tener una relación abierta es extrañísimo, es amoral, pero mentirle a tu pareja es lo lógico y natural. En el mundo del revés ser gay es amoral pero discriminar es natural. En el mundo del revés la sinceridad no importa, la honestidad no importa, la integridad no importa, la humildad no importa. En el mundo del revés importa el consumo, importa el ego, importa la comodidad. El mundo del revés es aquel de la extrañeza para con el otro, es aquel del prejuicio. ¿En qué momento nos pareció que esto era lo lógico?
Yo, claro está, no querría un mundo del derecho, porque qué horror sería eso, pero quisiera un mundo sin lados, sin normales y sin raros, sin correctos e incorrectos. Mejor sería un mundo sin formas establecidas, sin imposiciones incuestionables. Y lo que nos toca a los que percibimos la hipocresía del mundo en que vivimos es subvertir el derecho y el revés para, de una vez por todas, crear nuestras propias normas.
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