Esa tarde iba un poco ensimismada, pensando en el mundo, la vida…o sea, la nada misma. Tampoco era tan raro, a menudo me encuentro a mí misma pensando sobre la inmortalidad del cangrejo. Pienso, divago. De más está decir que no suelo llegar a conclusiones extraordinarias, es por el mero hecho de pensar. Ese día, como tantos otros, pensaba en cómo tomamos por obvias tantas cosas. Las tomamos por dadas, y pienso que hasta ahora mucho resultado no nos dio. Aparentemente, hay cosas que son indudables. Bueno, pero ¿debería ser así? Claro, yo digo que no me gustaría tener hijos (ni ahora ni a futuro, aunque uno nunca sabe) y la gente me mira como bicho raro. Digo que no sé si quiero traer una persona a este mundo que, desde donde se mire, es injusto, además de que no me mueve un pelo de interés el tener que ocuparme de cosas tipo “colegio”, que para algo ya terminé, y parezco una loca. ¿Será que es obligatorio querer un modelo de familia x? Y claro, si es lo que nos viene de arriba. Y cuando digo que un tiempo tuve una relación abierta con mi pareja y si fuera por mí la seguiría teniendo, ufff, ahí parece que fuera el anticristo. Nadie puede plantearse si tal o cual cosa es lo que quieren o es que recibieron esos modelos de vida y comportamiento y sencillamente los están continuando sin cuestionamiento alguno. ¿No habría que dudar más o, al menos, problematizar lo que nos dicen y enseñan?
En esas andaba, como de costumbre, cuando vi algo en el piso que me llamó la atención. Raro, porque cuando estoy con esas cuestiones existenciales no me percato ni de por dónde voy, ni de si la calle se está prendiendo fuego. Un buen día me van a atropellar, sí. Pero ahí estaba, un zapato. Sí, un zapato, así solito como quien no quiere la cosa. Era un zapato de taco, de esos que uso cada muerte de obispo porque no puedo entender que las mujeres por propia voluntad (aunque detrás, como todos sabemos, está el condicionamiento social) se hagan eso a sí mismas. Yo me llevo bien con las botas con un taco sutil, es decir, el que se debe usar para no destrozarse la columna. Pero no, el 90% de las mujeres insisten en ponerse tacos que bien podrían pulverizarles los tendones. Este era un zapato de este estilo. Sin saber bien porqué, me lo llevé. No sé, me llamaba la atención. Ya en casa lo puse sobre la mesa y lo miré. Lo miré y lo miré como si quisiera decomponerlo en moléculas. En ese momento pensé que porqué si dudo de todas las normas sociales que me fueron dadas no dudo de lo mas básico. ¿Y si ese zapato no existía? ¿yo cómo sabía que todo eso era real?. Cuanto más lo miraba más me daba una sensación de extrañeza, y todo eso me parecía un poco un sueño. En un sueño podía ser muy lógico encontrarte un zapato por la calle y llevártelo, pero no era lo propio de mi vida real. Bueh, “mi vida real”, “¿y yo cómo voy a saber si mi vida es real o no? Por todo lo que sé, mis sentidos bien podrían estar engañándome, bien podría estar soñando y despertarme en cualquier momento”, pensaba. Al fin y al cabo los sueños nos parecen igual de reales en el momento. Todo esto disparado por un bendito zapato. Está bien, yo ya venía con el ánimo preparado para los divagues existenciales pero semejante cosa, ya de dudar de lo que tengo en frente, nunca me había pasado. Evidentemente por lo que sentía no podía estar segura, “pero al menos estoy pensando”, me decía, “y si estoy pensando el zapato entonces el zapato debe existir”.
Por suerte, al rato recibí un llamado. Pablo, mi fiel cómplice en asuntos de la metafísica. A casi cualquier persona todo esto le parecería una estupidez o delirio de intelectualoide, pero Pablo entendía. Y, para mejor, me llamaba para ver si nos juntábamos con Gabi esa tarde. Me vino como anillo al dedo. Gabi era la tercera mosquetera de la filosofía casera.
Un par de horas más tarde estaba en el café de siempre, esperándolos, zapato en mano. Unos minutos después estábamos los tres. Sin mucho miramiento, tras haber pedido una cerveza, pasé al tema que me aquejaba, que además era ineludible ya que el objeto estaba en el medio de la mesa esperando que alguien explicara su presencia.
Les conté toda la secuencia, y los pensamientos que me había generado. No es que pretendiera resolver nada, sencillamente quería compartirles lo que un simple objeto había generado para empezar una de esas maratónicas discusiones que teníamos cada vez que nos juntábamos. Pablo, después de escucharme divagar atentamente, sentenció:
-Tu problema es que ves al zapato como externo, como algo ajeno. Bueno, como ves todo. Por eso vivís angustiada, todo para vos está más allá y buscas entenderlo, pensarlo. ¿Y a vos quién te dijo que las cosas no tienen nada que ver con nosotros, o que nos relacionamos con ellas sólo por pensarlas?-.
Lo miré un poco desconfiada, Pablo últimamente venía con ese vicio posmoderno de la meditación, el yoga y yo que sé cuánto y se regodeaba dándome lecciones de cómo vivir mejor. Cortante, lo interrumpí:
-Ya sabía que me ibas a salir con eso, y qué, ¿me vas a decir que te sentís uno sólo con tu celular ahora? Dale, Pablo, que en este mundo capitalista no se puede ser budista, con versito y todo te lo digo-.
-Bueno, no sé si tanto, sé que en esta sociedad y habiéndonos criado así cuesta, pero a lo mejor deberíamos tratar de pensar lo que nos excede un poco menos como objetos y un poco más como parte nuestra. Seguramente así terminaríamos siendo un poco más afectuosos con el medio ambiente y lo que nos rodea-.
Gabi, que hasta ahora sólo nos miraba, saltó:
-A mí me inquieta más pensar cómo llegó ahí, seguramente alguna historia hay detrás. Capaz eso que te generó tiene que ver con la persona que lo tuvo, como que le dejó algo impreso. No sé, un halo de afectividad, si se quiere. Habría que ver un poco más el contexto, a vos este zapato te generó todo esto porque ya venías, como siempre, medio mambeada con el ser y todo eso, por ahí para la “dueña”, en realidad probablemente, tenía otro significado. Y habría que ver la situación, porque esa persona está relacionada con su entorno…es una parte de todo un sistema-.
-Bueno, ya eso me parece un poco mejor, Gabi, porque estás viendo no sólo al objeto, sino que estás tratando de entender un poco el todo. Igual me parece que lo seguís viendo como algo externo, para mí esto es un Todo, no sé si hay que tenerlo como algo aparte, al margen, si en definitiva todos somos parte de este mundo, todos y todo. Es como una gran cosa indiferenciada. No sé si deberíamos hacer tanta distinción entre exterior e interior, no sé…¿importa tanto esa diferencia?-.
-Bueno, claro, es todo un sistema y no somos sujetos individuales, bah, sí, pero parte de un sistema, no podemos negarlo, y hay que ver qué era este zapato en éste. Acá tenemos un extracto de ese sistema que nos podría dar una referencia de algo más amplio-.
-Está bien, no digo que no sea válido lo que plantean, aunque Pablo ya sabés que esa versión tan feliz y conciliadora con lo exterior me parece muy linda pero utópica (y por ende, un tanto impracticable), pero acá los que estamos somos nosotros y en definitiva somos los que estamos pensando todo esto, y no veo como podemos acceder al contexto, porque no podemos dar con quién lo perdió así no sea poniendo carteles por la zona al estilo “se busca” o “zapato perdido busca a su dueño desesperadamente”, y dudo seriamente que alguien responda a dicho anuncio. Lo que sí podemos hacer es pensarlo nosotros…y tampoco me veo muy próxima a sentir este zapato como parte de mí, con el cual no tengo nada que ver, ni tengo ningún afecto por él, pero que por uno de esos gajes del destino me crucé, tal vez como una forma de Dios para que yo pueda probarme a mí misma que existo así sea sólo porque puedo pensar todas estas cosas-.
-No me vas a decir que siendo tan escéptica y afecta a privilegiar tu cerebro por sobre tus sentidos te creés que DIOS te puso esto en el camino…-
-Ya sabés cómo soy Gabi, me las doy de moderna y progre y a veces me saltan estas dudas, hasta hipótesis te diría…no sé, pienso que por ahí todo está un poco más reglado de lo que creo. Mirá no sé si fue casualidad, lo puso un ente superior o qué, lo que sé es que me crucé con esto y acá estoy, discutiéndolo, pensándolo con ustedes y, en definitiva, lo que importa es eso, que puedo pensarlo.-
-Pero yo no puedo dejar de pensar en que esto forma parte de algo más, que es parte de un sistema, que tendríamos que saber el contexto, que no podemos quedarnos sólo con el objeto en sí-.
-Es que ES parte de un sistema, de un Todo, esto, vos y yo, somos un todo. Nosotros estamos en comunión con él, YO estoy en comunión él. No puedo verlo de otra forma, es como que estamos fusionados, esto no es un zapato sin más, seguramente también tiene un “espíritu”, por decirlo de algún modo…-
Así siguió y siguió la charla unas cuantas horas, hasta que prácticamente ardieron las velas. Lo que acá repongo es un fragmento prácticamente textual, porque yo para estas cosas tengo una memoria cuasi eidética, que me permite recordar cómo fue un intercambio sobre los zapallos y su esencia, o bien, sobre un zapato de taco. La realidad, es que esa noche me volví con el susodicho y mi cabeza estallando de ideas e hipótesis pero ninguna cosa clara, o tal vez sí, aunque sólo fuera el hecho (y la tranquilidad) de que existo porque puedo pensar en todo esto, si bien no es nada muy relevante para el destino de la humanidad.
Una semana después, deshice mis pasos y reconstruí el camino que había hecho con el zapato, hasta dar con el punto exacto en el cual lo había encontrado. Miré para todos lados y saqué el zapato de mi morral, atenta a la posible aparición de alguien. Nadie llegó. Dejé el zapato en la misma posición que lo había encontrado, acostado, y me fui sin mirar atrás confiando en que otra persona se tropezara con él.
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