miércoles, 16 de julio de 2014

Memorias del suicida

El suicida piensa así, siempre con la alternativa en puertas. El suicida no tolera el fracaso, por eso la más nimia falla puede resucitar la idea, porque una vez que la idea germinó siempre está latente. Pero la nimiedad sólo puede impulsar la idea, no el acto. Para eso hace falta más, porque en verdad el suicida tiene miedo, sino ya se habría suicidado o, al menos, lo intentaría una y otra vez. El suicida tiene miedo de la vastedad, de la inmensidad de la muerte, del no saber. Por eso vive con la idea que lo carcome desde adentro, sin poder llevarla a cabo. En un punto es tranquilizador, en un punto angustiante. Lo que lo angustia es no poder tener la vida que quiere pero no encontrar solución mejor que esa, lo angustia no saber pedir ayuda y tener que recurrir a la dramática decisión. Lo angustia sentir que no lo van a entender, que lo van a juzgar. La tranquilidad es la otra cara de la moneda, el saber que existe esa última alternativa cuando la angustia se convierta en él.
El suicida puede ser de dos maneras, mostrar a las claras con sus actitudes que es un suicida potencial o disimularlo, armarse una pantalla que sólo deje ver un lado de él, ese lado que sí quiere vivir. Por momentos su otro lado se filtra, es inevitable, pero hará todo lo posible por soslayarlo para que nadie perciba la idea que lentamente va creciendo en él.

El suicida vive en lucha permanente, todo se reduce a quién la gana. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario