martes, 8 de julio de 2014

La eterna espera

Un día se levantó y fue a una esquina. No una cualquiera, una esquina específica. No la más linda, no la más vistosa. A simple vista nadie diría que fuera una esquina especial. Pero, tal y como decía Antoine, lo esencial es invisible a los ojos. Ni bien se paró en esa esquinita se sintió como un cronopio…“un dibujo fuera del margen” era, ¿no? Sí, esa descripción tenía algo. Y ahí estaba, como un cronopio, esperando no sabía muy bien qué, pecando de idealismo, ese idealismo que siempre se esforzaba tanto por tapar, por ahogar. Y estrangulando su idealismo se volvía tan racional que también le molestaba. Ese día decidió que no, que esta vez el miedo no lo iba a paralizar. Porque ahí, bien en el fondo, sabía que racionalizaba para sentirse seguro. La noche anterior, en sueños, lo había visto clarito: México y Combate de los Pozos. Sí, nítidamente, pero nada más. Sólo esa esquina. No sabía porqué estaba ahí, no le importaba, sabía con certeza que cuando pasara lo que tenía que pasar iba ser claro que eso era lo que estaba esperando. Como el escritor que va creando un relato sin saber cómo va a terminar, con la conciencia de que, cuando llegue el momento, la conclusión va a aparecer, casi como por arte de magia.
Los minutos transcurrían. Esperaba. Las personas pasaban. Lo miraban. Al rato, la inseguridad ya empezaba a asestarlo como una lanza filosa que se va clavando lentamente, perforando despacio, desgarrando. Y después de la inseguridad, la ansiedad. O las dos cosas juntas. Nunca sabía cómo manejarla. Una y otra vez le daba batalla y una y otra vez la perdía. La ansiedad era él, como el zapallo que se hizo cosmos cubría cada fibra de su ser, lo ocupaba, lo dominaba.

A menudo pensaba que la vida te puede cambiar en un instante, pero luego se sacudía esas ideas y pensaba que la vida no cambia, o al menos no como en las series y películas. Los cambios no son abruptos ni tan emocionantes, al menos no los cambios buenos. Eso lo deprimía, pensar en ese continuo infinito, en los días que transcurren sin ningún sobresalto, sin ninguna emoción. Y ahí, la ansiedad. ¿Será por eso que estaba allí? Por esa pequeña, diminuta ilusión de algo inesperado. La espera de algo sorpresivo, de algo distinto que lo hiciera salir de ese letargo. Y en ese momento, en ese preciso instante, lo vio. Ahí estaba, pasando frente a sus ojos, ¿cómo lo sabía? No tenía idea, pero lo sabía. Sabía que eso, en la esquina de enfrente, eso era su distinto, su cambio, su inesperado. No lo pensó más, no fuera cosa de que se le escapara de las manos como el agua. Puso un pie en el cordón, y avanzó.

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