Un día se levantó y fue a una
esquina. No una cualquiera, una esquina específica. No la más linda, no la más
vistosa. A simple vista nadie diría que fuera una esquina especial. Pero, tal y
como decía Antoine, lo esencial es invisible a los ojos. Ni bien se paró en esa
esquinita se sintió como un cronopio…“un dibujo fuera del margen” era, ¿no? Sí,
esa descripción tenía algo. Y ahí estaba, como un cronopio, esperando no sabía
muy bien qué, pecando de idealismo, ese idealismo que siempre se esforzaba
tanto por tapar, por ahogar. Y estrangulando su idealismo se volvía tan
racional que también le molestaba. Ese día decidió que no, que esta vez el
miedo no lo iba a paralizar. Porque ahí, bien en el fondo, sabía que racionalizaba
para sentirse seguro. La noche anterior, en sueños, lo había visto clarito:
México y Combate de los Pozos. Sí, nítidamente, pero nada más. Sólo esa
esquina. No sabía porqué estaba ahí, no le importaba, sabía con certeza que
cuando pasara lo que tenía que pasar iba ser claro que eso era lo que estaba
esperando. Como el escritor que va creando un relato sin saber cómo va a
terminar, con la conciencia de que, cuando llegue el momento, la conclusión va
a aparecer, casi como por arte de magia.
Los minutos transcurrían. Esperaba. Las
personas pasaban. Lo miraban. Al rato, la inseguridad ya empezaba a asestarlo
como una lanza filosa que se va clavando lentamente, perforando despacio,
desgarrando. Y después de la inseguridad, la ansiedad. O las dos cosas juntas. Nunca
sabía cómo manejarla. Una y otra vez le daba batalla y una y otra vez la
perdía. La ansiedad era él, como el zapallo que se hizo cosmos cubría cada
fibra de su ser, lo ocupaba, lo dominaba.
A menudo pensaba que la vida te puede
cambiar en un instante, pero luego se sacudía esas ideas y pensaba que la vida
no cambia, o al menos no como en las series y películas. Los cambios no son
abruptos ni tan emocionantes, al menos no los cambios buenos. Eso lo deprimía,
pensar en ese continuo infinito, en los días que transcurren sin ningún
sobresalto, sin ninguna emoción. Y ahí, la ansiedad. ¿Será por eso que estaba
allí? Por esa pequeña, diminuta ilusión de algo inesperado. La espera de algo
sorpresivo, de algo distinto que lo hiciera salir de ese letargo. Y en ese
momento, en ese preciso instante, lo vio. Ahí estaba, pasando frente a sus
ojos, ¿cómo lo sabía? No tenía idea, pero lo sabía. Sabía que eso, en la
esquina de enfrente, eso era su distinto, su cambio, su inesperado. No lo pensó
más, no fuera cosa de que se le escapara de las manos como el agua. Puso un pie
en el cordón, y avanzó.
fascinante... cada vez más... MM
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