miércoles, 17 de junio de 2009

Épica citadina

Hay días en que el simple hecho de tomarse un colectivo puede volverse una odisea. Basta que uno diga "hoy salgo temprano porque no puedo llegar tarde" para que el bendito bondi tarde media hora y te toque una catramina que va a una velocidad tan vertiginosa que se asemeja a la de una tortuga renga. Todo esto sumándole lo grata que es la hora pico en Buenos Aires, el bondi que avanza, que para, que avanza que para. Avanza medio metro y para dos minutos para que suba la horda de gente que hay en cada parada, porque claro, los bondis van con una frecuencia digna del primer mundo. Tira y afloja, y obvio, OBVIO, con una sutileza de bailarina clásica.
Encima, como no puede ser de otra manera, a uno le toca pararse al lado de tres cajas de telgopor llenas de pescado-por suerte cerradas, pero que igual hieden- cosa de tener que viajar con un olor riquísimo todo el trayecto. Y vas, rezando que no se te pegue la baranda inmunda, no queriendo mirar la hora porque llegás tarde a la charla, y así...y en eso percibís unos ruidos desagradables, y te decís: "no, lo único que me falta", y resulta que tenés un sujeto atrás que hace ruidos de "en cualquier momento te tiro un garzo en la nunca". Ahí es cuando ya te empezás a reir un poco, y después de todo, ante tal absurdidad, mucho más para hacer no hay.

1 comentario:

  1. jaja genial
    tanto odio y violencia reprimido en los bondis
    imaginate, muchas guerras juntas.

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