viernes, 19 de junio de 2009

Andén


Un espacio se abría y los seres se adueñaban de ella, entraban por aquella grieta, avanzaban.
Ella esperaba el tren como siempre, sentada en el mismo banco. Igual, más allá de la rutina, el tren le daba paz, siempre y cuando viajara sentada del lado de la ventana. Pero esa mañana había algo más. La perspectiva de ese viaje en tren no llegaba a llenar el espacio y los seres parecían haberse fortalecido en el último tiempo. Ella sola ya no podía luchar contra ellos. Trataba y trataba, hasta que la vencían, porque su esfuerzo llevaba irremediablemente al mismo resultado cada vez, desistir y rendirse frente a lo inevitable. Desistir frente a su irrevocable destino. ¿Y cuál era ese destino? Ella no podía formularlo, pero lo sabía, y lo sabía muy bien. Lo sabía tan bien y, sin embargo, era incapaz de ponerlo en palabras. Era eso…
Ya venía el tren.
Era como ver acercarse una respuesta, –una res-puesta, una re-spuesta- o eso decían los seres. Y ella ya estaba llegando al punto en que la voluntad decaía y los seres ganaban terreno. A veces se los imaginaba y casi que se reía. Una horda de bichitos deformes, o personitas grises en miniatura –según el día-. Toda una batalla campal dentro de ella.
Mientras lo imaginaba, las huestes defensoras iban cediendo y ella se convencía más y más de la certeza de esa respuesta que se acercaba. Finalmente, los seres conquistaron el territorio entero y clamaron victoria.
El tren llegó.

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