Yo en una época pensaba que mi torpeza podía ser un defecto superable. En los últimos meses descubrí que lo mío no tiene vuelta atrás, siempre voy a ser un ser sumamente ridículo. Repasemos los hechos destacables del último tiempo para fundamentar mi tesis. Todas las situaciones ocurrieron en mi oficina, desde ya.
-toma 1: se me cae la birome. Digo "uy que fiaca levantarme de la silla para agacharme a agarrarla". Solución: estirarme desde la silla hacia el piso para levantarla. Nótese, era una silla con rueditas. Conclusión: en pleno esfuerzo la silla se corre para atrás y me caigo al piso. Obviamente un compañero me vio.
-toma 2: un compañero me regala un café, o sea, vasito de plástico en mi escritorio. CRASO ERROR. Obviamente, en un momento me levanto enfáticamente y agarro algo. En ese movimiento vuelco todo el café encima mío, esto es, en mi remera blanca y en mis pantalones (oscuros, por suerte). Por supuesto que esto fue a la mañana por lo que me esperaba un día completo de tener la ropa sucia. Para peor, fue un jueves, día que curso hasta las nueve (voy a la facultad directo desde el trabajo). El efecto colateral, además, fue tener que estar todo el día con suetercito para que no se viera la tremenda mancha marrón en mi remera.
-toma 3: jueves otra vez. Me dije "esta vez minga que me pasa lo mismo" y tuve un cuidado excesivo con mi café. Pero claro, no contaba con mi pelotudez nata. Estoy almorzando en mi escritorio y no me percato de que el plato queda un poco fuera del escritorio. Pasó lo obvio, hice presión del lado que no estaba apoyado y el plato cayó encima de mi remera y pantalón. Otra vez remera blanca, sí. Es necesario destacar que recién empezaba a comer, por lo tanto el plato estaba lleno y encima era bife con tomate. Esta vez era insalvable asique tuve que volver a casa a cambiarme para poder ir a la facultad. Fue uno de esos momentos en los que te das cuenta que perdiste la poca, mínima, dignidad que aún te quedaba.
Lo positivo fue que de las situaciones dos y tres no hubo testigos, milagrosamente en esos momentos había poca gente o nadie estaba atento.
Por supuesto que el jueves siguiente, completamente resignada frente a mi discapacidad motriz, decidí llevar una remera de repuesto para cambiarme. Ni necesito decir que ese día no me pasó nada ¿no?