Pasaron unos días, sí, pero no por eso el tema deja de tener vigencia. Desde el martes a la noche no pude sentarme detenidamente a escribir algo sobre todo lo que pasó. Pero más vale tarde que nunca. Hoy escribo con seriedad, hoy escribo de algo que no tiene ni una veta que me permita hablar con sorna.
Esta semana fue de luto para los que todavía tenemos un poco de humanidad. Para, por suerte, un gran porcentaje de la población fue algo emocionalmente duro. A la mayoría no nos tocó de cerca porque, gracias a esas cosas del destino, no tenemos familiares secuestradas. Pero el dolor se siente igual. El dolor de ver que en nuestro país desaparecen chicas para ser obligadas a prostituirse, a drogarse y quién sabe cuántas cosas más. Es terrible. Es terrible que hoy en día la esclavitud siga existiendo. No aprendimos nada. Nada. Tenemos redes enmarañadas de poder que permiten que tal cosa funcione con total impunidad. Policías, jueces, políticos cómplices o directamente involucrados. Todo ocurre bajo su mirada. Los proxenetas son protegidos. Proxenetas que un día deciden que una persona no merece ser libre y disfrutar su vida y la secuestran para disponer de ella. Este negocio asqueroso es lo más bajo que puede existir. Ni siquiera tengo palabras para definirlo. No puedo concebir tal nivel de sadismo y repugnancia. Y hay gente que lo consume. Hay gente que sabe que está violando a chicas (chicas que van desde los doce años) y no le importa.
Tenemos una justicia cómplice que este martes a la noche mostró que fuimos unos imbéciles en tener una mínima confianza. Fue como un escupitajo en la cara. Diez años de lucha de una mujer por encontrar su hija. Una mujer que dio todo, que dejó su alma y la deja día a día en una búsqueda incansable por respuestas. Una mujer que en su lucha liberó muchas mujeres que habían sido arrancadas de su hogar. Todo para nada. Todo para que diez años después le digan que no hay prueba suficiente para encarcelar a la línea más baja de responsabilidades (porque no nos olvidemos que los imputados eran los más giles, la cosa va mucho más arriba, a esos que nunca toca nadie). Ni un día, ni un día de cárcel para ninguno. Ahí están, como si no fueran responsables de nada. Si en diez años no se pudo encontrar UNA cosa suficiente, UN responsable, ni UNO, las cosas están muy mal. Ningún testigo sirve, ningún testimonio alcanza, ni toda la policía y funcionarios del mundo son suficientes para encontrar culpables. Nada. La nada misma. Sinceramente admiro con profundidad la lucha de esta madre, que pese a este cachetazo con olor a podredumbre, sigue teniendo esperanzas, sigue reclamando, y sigue haciendo lo mejor que puede hacer, insistir.
Ese martes todos nos fuimos a dormir con un gusto amargo en la boca y nos despertamos descorazonados.Pero eso sí, con una certeza. En esto todos estamos juntos para apoyar la lucha de ésta y tantas otras madres. Eso fue lo único positivo, que surgió una necesidad social de repudiar tan vergonzoso fallo. Que sentimos la necesidad de mostrar de alguna manera que nosotros no queremos seguir pasando por estúpidos, que queremos un Estado presente, que desarticule de una vez por todas esta vergüenza nacional que es la trata de personas. Que queremos tener una policía que no sea una mafia, o no tenerla del todo y punto. Que queremos políticos y funcionarios honestos, que no se dejen comprar ni con todos los millones que puede dar la mierda de negocio que es esto.
Queremos que dejen de desaparecer personas. Queremos justicia. Queremos terminar con la impunidad. Queremos que no haya una sola madre más que tenga que pasar por el calvario que está pasando Susana Trimarco. Queremos que ninguna chica pase por lo que habrá pasado Marita Verón. Queremos ser libres. Queremos ser respetados. Queremos ser.